En Tierra del Fuego, las caminatas y escalada a los glaciares son generalmente un peregrinaje a través de una toponimia gris. Nombres como Martial, Vicinguerra o Alvear son rótulos fríos del Instituto Geográfico Argentino y de expediciones científico-militares que vieron el paisaje como objeto de conquistas cartográficas, un espacio a medir y una excusa para el homenaje. Bajo esa nominalización instrumental y utilitaria duerme la verdad de los glaciares fueguinos. (*)
Pero entre esa nomenclatura inerte de ventisqueros, un nombre destella como una anomalía gloriosa: el "Ojo del Albino". Este no es un rótulo, es un acto de habla originario. Nombre puesto por Gustavo Giorgis, montañista de Ushuaia que acostumbraba a ir al lugar con excursiones, no clasifica lo que se ve, devela su esencia. Como diría Heidegger, la palabra originaria no nombra un objeto, sino que instaura una red de relaciones, abre un mundo a la comprensión y traza la huella poética del habitar.
Y para habitar ese mundo, hay que caminarlo. El ascenso hacia el nombre del Ojo del Albino es una transición lenta y ardua de regreso desde el reino de los rótulos hacia el territorio del mito. No es solo un trekking a través del bosque, la turba, la piedra y el empinado talud de derrubios; es un rito de paso donde el cuerpo, sudoroso y empeñado, se convierte en el instrumento para descifrar la metáfora viva yendo de la tierra hacia el cielo. Cada paso es una sílaba en la poética espacial que se va revelando.
Al alcanzar la cumbre, la palabra no describe el paisaje: lo constituye. Y el caminante, ahora dentro de la evocación, puede leer los nunataks encadenados en círculo ya no como simples cumbres; sino como la órbita ocular rocosa que delimita la cuenca receptiva. En su centro, la laguna lechosa fruto del limo glaciar; se revela como la pupila y el umbral turbio y sensitivo por donde este órgano gigantesco simula que percibe. Y en la pared norte del cuenco, el glaciar aparece colgado como una lágrima invertida: dulce y congelada, parte de un llanto que en lugar de derramarse hacia fuera, se vierte hacia dentro, alimentando de eternidad a su propio iris.
Esta no es una anatomía cualquiera. Es la de un albino. La genialidad de la nominación estalla aquí: la "falta de pigmentación" no es un detalle, es la clave ontológica del blanco que unifica todo. El hielo, la nieve, la espuma y la roca pulverizada se funden como una esencia ciega y cegadora. Mirada extraviada de un ojo blanco donde la luz en reflexión y dispersión no se imprime, diluyendo la posibilidad retentiva de lo visible. Blancura que deslumbra: paradoja de una mirada invidente que es un acto puro de adivinación.
Y entonces, en la cima, ocurre el vértigo final. El caminante se da cuenta de que no se trata de dos miradas encandiladas, sino de una sola verdad: miramos y somos mirados por ese ojo sin pigmento ni melanina con una doble contemplación a lo Tiresias: vaticinando el pasado de la roca y el futuro del hielo, descifrando en la ceguera la luz y la sombra del mundo.
¿Pero qué registra este ojo recostado en la cima desde siempre? Su mirada es cósmica, arquetípica, ajena a la escala humana. Mira difusamente un cielo diáfano y su procesión de nubes. Nosotros, los caminantes, solo somos sombras pasajeras en su córnea, testigos fugaces de una contemplación que nos antecede y nos supera. El ojo albino vislumbra opacamente el paso del gran ojo dorado diurno y el recorrido del ojo móvil plateado de la noche. La caminata, así, alcanza su pleno sentido. No fue solo un esfuerzo físico para llegar a un lugar, sino un acto de escucha corporal. La palabra originaria "Ojo del Albino" abre el mundo, pero es necesario que un cuerpo llegue hasta allí, lo respire y se sienta mirado por él, para que el círculo hermenéutico se cierre. Todo se devela como un juego de miradas. En ese instante, el nombre deja de ser una voz y se convierte en una experiencia: la de un entrelazamiento silencioso entre la montaña, la palabra y la visión.

(*) Licenciado Fabio Seleme
Secretario de Cultura y Extensión Universitaria
Facultad Regional Tierra del Fuego
Universidad Tecnológica Nacional
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